Despierto con la primera luz del alba, la brisa mece las telas que hacen a su vez de paredes de nuestra tienda, nuestro hogar. Un hogar que nos protege y nos acoge como si volviéramos al útero de nuestra madre, cálido, confortable. A mi alrededor aún duermen mis hermanas y sus cachorros, tan míos como suyos. Son afortunados, tienen muchas madres que les atienden y aman. Salgo afuera, no necesito más que mi propio cuerpo, nada se interpone entre la Pachamama y yo. Siento como late bajo mis pies, la siento dentro de mi, somos uno con ella, en unidad e igualdad.
Mis manos comienzan a tocar la suave piel del tambor, el ritmo acompasado a mi latir, al latir de Gaia, la Madre Tierra. Mi cuerpo despierta, mis hermanas despiertas, nuestro pequeños despiertan y celebramos el nuevo día con nuestra danza, con nuestras bendiciones y en la mejor compañía, nuestra tribu.
Recuerdos y sensaciones se agolpan en mi. Recuerdos grabados en mi alma, épocas pasadas, siglos atrás. Y siento gran anhelo por volver a vivirlo, vivir en tribu, vivir juntas como una enorme familia.
En nuestra sociedad actual no tenemos ese sentimiento de tribu. Al contrario, nos inculcan la individualización, ser el que destaca, ser mejor que el otro, competitividad, agresividad… No es natural, no es nuestro. Los hogares son cada vez más pequeños y la tendencia es ir separándose de la familia.
Yo necesito a mi tribu, mi familia de sangre y mi familia elegida, aunque no tengo claro si soy yo o son ellas las que me eligen a mi. Mi familia elegida son esos hombres y sobretodo esas mujeres que están para mi cuando lo necesito, en lo bueno pero sobretodo en lo malo, me cuidan, ayudan y sostienen. Me entienden y respetan, son compañeras de vida, de camino, hermanas de alma.
No valoramos lo que tenemos hasta que realmente, estamos en una situación límite, es entonces cuando salen manos y corazones de cualquier parte, que no dejan que caiga y te animan a seguir adelante de su mano. Somos una red, somos una auténtica tribu.
Gracias por ser y estar en mi vida
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